Una primera novela que nos transporta desde una gran ciudad  latinoamericana, asolada por una pandemia en un futuro no muy lejano, a la Asturias de antes de la guerra civil española. «El mundo cambiaba rápido, implacable y venenoso. El mundo empezaba a  oler distinto, y el lugar del que todos ellos venían era de la noche a  la mañana una aldea hundida en el pasado, una aldea de casas agrietadas  y con las paredes comidas por una enredadera furiosa. Los jóvenes eran  de repente viejos, los viejos eran más viejos aún, las iglesias parecían  garajes, los bares se hacían de aluminio, de formica y se iluminaban con  fluorescentes, y todo dios fumaba un tabaco rubio de un olor pestilente  fogoneado por el olor pestilente de la clorofila masticada. Ahora que  muchos de ellos están muertos siento que alguien ha borrado cualquier  resto, cualquier huella que nos conduzca hacia el origen de todo, y en  tanto yo sigo encerrado en este departamento vacío, aguardando a que de  manera  inevitable se produzca un corte de luz, esperando a que los  colores del mundo exterior concluyan su itinerario hacia la nada definitiva». Fran Gayo construye una novela que tiene algo de memoria personal e  histórica pero también de pura fabulación; asaltando los caminos de la  memoria, la infancia del narrador y sus predecesores, asturianos  trashumantes, errantes vaqueiros de alzada, supervivientes de sí mismos  y de un paisaje casi siempre hostil que se reivindica con furia y nos  golpea; pintando un fresco de personajes y situaciones que han sido  orilladas del relato oficial, y que recobran aquí una fuerza y una dignidad inusitadas.